En la década de los 70, un grupo de investigadores neoyorquinos llevaron a cabo un proyecto científico cuyo fin era el de enseñar el lenguaje de signos a un chimpancé desde pequeño. Criarlo como un humano más en un entorno familiar. Con una variación del 2,3% del adn humano al adn primate sólo se podían conseguir resultados satisfactorios, obviamente si las dos partes implicadas cumplían su función. Algo no salió como se esperaba. Era Nim el que estaba enseñando y el humano el que no quería aprender.